En estos tiempos un cumpleaños se ha convertido en un festejo, un evento social. En occidente durante la infancia se tiene la costumbre de hacer fiestas, invitados, dulces, en México piñatas, pastel. Entre más pudiente la familia, más grande las fiesta y más elaborado el proceso. En ocasiones se suele tambien festejar invitando a unos amiguitos a un espacio de diversiones organizadas, patinadero, boliche, gotcha o algo similar. Yo tengo recuerdos bien gratos de mis fiestas infantiles en el gigantesco jardín de mi abuela materna en San Luis Potosí.
Sin embargo, hoy veo estas fechas de otra manera. Creo que las fiestas deben celebrarse de varias formas una desde el festejo enfocado a la diversión, pero tambien desde el reconocimiento de ese momento como el cierre y la apertura de un ciclo, desde la perspectiva de ser un momento de cambio, logro y de transformación que un año más de vida nos da.
Este año estuve así muy enfocada en rastrear los cambios importantes que se dan cada septenio y los ritos de paso que pueden acompañarlos. Es por esto que al celebrar a mis seres especiales también me gusta incorporar el ingrediente rito. En el cumpleaños de mi hijo menor este año celebramos de varias formas.
La primera días antes de su cumple con una ceremonia. Un evento que una querida amiga Jaqueline Bustamante, bajo mi petición canalizó y celebró de manera magistral. Estos primeros 10 años de vida para Lucio habia que hacer conciencia de varios procesos para dejar atrás una parte importante de su infancia y poder encarar el vertiginoso crecimiento de la pre-adolecencia en adelante.
Con el fuego presente y rodeado de cristales clarifico sus dones y vio de qué manera podía seguir caminando su verdad entendió cuáles eran las formas que en ese momento le estaban impidiendo seguir adelante con facilidad y recibió herramientas simbólicas para encarar con solides su porvenir. Él quedó encantado y transformado después de todo lo recibido.
Dias después para seguir con el festejo, el mero dia de su cumpleaños, hicimos juntos algo que fuera nuevo para ambos. Así que emprendimos viaje a Tepoztlán para subir, desde temprano hacia la pirámide. Fue un verdadero gozo verlo disfrutando con ligereza y gozo ese asenso. Llegar a la cima el primero y rodear la pirámide con toda seguridad, para luego quedarnos un rato contemplando el paisaje. Ese evento culmino con el pastel y la celebración en familia.
Así una década se vida se celebró festejando, riendo, con regalos, pero sobre todo generando espacios de conciencia del ser, del porvenir y planteando retos únicos para forjar el ser.
¿A ti cómo te gusta celebrar? Coméntanos abajo y sortearemos una ceremonia en CDMX a la mejor historia.
Fecha límite 13 de febrero 2019.
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